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O que dice Chavela:
Ya es hora de descansar
Sobrevivió al machismo, al alcohol, al desamor, a la homofobia y al abandono. Y aunque hoy no monta caballo en pelo, todavía hace llorar desde su silla de ruedas. “Las montañas me dicen que prepare mi partida”, dice en exclusiva para LCD la artista que acaba de cumplir 90 años.
por Gabriela García
Escuchar a Chavela Vargas es arriesgarse a llorar toda la tristeza que tenemos pendiente. Perita en despedidas, la vaquera amiga de Pedro Almodóvar y Joaquín Sabina cumplió noventa años y parece que ahora "se va de veras", como punza su ranchera "El último trago".
"La montaña me dice que prepare mi partida", cuenta al teléfono desde su quinta de Tepoztlán, refugio que ella compara con el Macondo de su cuate Gabriel García Márquez.
"Vivo en una casa muy bonita junto a la naturaleza. Aquí medito. Ahorita he vuelto a leer ‘Cien años de soledad’", dice como si ese título recorriera la espina dorsal de su vida.
Así fue desde que nació en Costa Rica y su padre mujeriego escribió la separación de la familia. Chavelita quedó encargada a unos tíos que le tenían alergia a la caricia y a quienes ella desea ver en el infierno.
Media ciega y golpeada por la poliomielitis, a la Vargas le iban a secar los ojos con nitrato de plata unos doctores chingones. Pero unos curanderos indígenas la salvaron.
"Soy Chamala. Ellos me pusieron así. Una mezcla de chamana y Chavela", recuerda ahora. Cansada de arrear vacas y fregar ropa, huyó. Tenía 14 años y sangre india corriendo por las venas. Llegó al mero México pistola al cinto, con sed de tequila y sueños rotos.
AMAR DUELE
En el DF primero se ganó los frijoles como empleada doméstica. Luego cantando en las calles con su eterno poncho rojo, su voz se empezó a colar en los huesos de los trasnochadores como un vendaval.
Por eso llueve tanto bajo su jorongo (manta). "La tristeza es la muerte lenta de las simples cosas", recita esta leyenda de la canción de Iberoamérica.
Como si fuera una hechicera, podría decirse que la artista no canta. Susurra, grita, maldice y revela apretando los dientes, las verdades más ásperas sobre la soledad humana.
"Que la gente llore conmigo es un misterio dígame usted por qué... pero lo voy a seguir haciendo para recordarles que pueden sentir", revela con voz temblorosa.
Y es que ver a la cantante es como presenciar una declaración de amor. "Nadie excepto Cristo abre los brazos como Chavela Vargas", suele decir Almodóvar de la voz que ha utilizado en películas como "Tacones lejanos".
Desde hace un mes y medio, y producto de su delicada salud, la dama del poncho rojo ha sido visitada por una larga lista de amigos que quieren despedirse.
"Se sentía bien malita pero el cuento del homenaje le fue dando vida. Saber que venía Julieta Venegas, Lila Downs o artistas como Eugenia León, fue algo impresionante", apunta su amiga María Cortina, organizadora del evento en el cual el gobierno mexicano le entregó el 21 de abril pasado la Medalla al Ciudadano Distinguido y celebró las nueve décadas de la reina de la ranchera, el bolero y la cultura popular mexicana.
En la fiesta, la Vargas apareció con gafas oscuras. Rodeada de artistas y seguidores, incluso cantó una canción ("Volver, volver").
"Fue sobre todo un homenaje muy emotivo e importante para ella porque como saben todos, Chavela ha llevado a México casi como un hilo de su jorongo", dice Cortina mientras la tarde cae en la tierra de Juan Rulfo.
La artista digiere la fiesta, sin embargo, con distancia de viajero. "Me sentí muy bien, muy contenta", confiesa con voz de luna, "canté rodeada de amigos pero ya es hora de descansar. Así es la cosa", dice .
PISTOLAS Y TEQUILA
"México me enseñó a ser mujer. Pero no dulcemente sino a patadas. Me dijo, ¿quieres cantar? Entonces aguanta", confiesa la Vargas en su autobiografía "Y si quieres saber de mi pasado" (Editorial Aguilar, 2002).
Usando pantalones, fumando puros y dedicándole temas a las mujeres, esta señora se transformó en un bicho raro para la sociedad mexicana, acaso la más machista de la galaxia.
Y ella alimentaba el mito. Defendía su lesbianismo con coraje ("Lo que duele no es ser homosexual, sino que lo echen en cara como si fuera una peste", escribió), y según la leyenda, con poncho secuestraba mujeres en su caballo y a mano armada. "Ahora ando vestida de civil.
De pantalón de mezclilla. Ya no ando con pistola. Según yo, inspiraba respeto pero la dejé por la paz", reconoce hoy Isabel Vargas Lizano.
Guerrera y despechada, si no fuera por José Alfredo Jiménez, jamás habríamos conocido a la charra que canta triste. Al mariachi lo conoció a mediados de los ’50 en la barra de un bar y en 1961, éste apadrinó el primero de sus 80 discos.
Chavela empezaba así una carrera que se curtió con serenatas a pedido y siguió en escenarios como el Carnegie Hall de Nueva York o la boda de Elizabeth Taylor, de quien se hizo tan amiga como de Ava Gardner o de Diego Rivera (vivió en Coyoacán con el pintor y su "Friducha" durante dos años).
Cerrando las puertas de "El Tenampa", cantina de la Plaza Garibaldi, "la dama de los cuarenta y cinco mil litros de tequila" (su hermano calculó en esa cifra la cantidad de tragos chupados) bailó con la bohemia y los excesos durante años.
"Me emborrachaba y me iba a cantar por las calles. Todo me lo tomé", ha contado la artista.
Ese suicidio etílico se radicalizó en 1979 cuando decide dejar de cantar y entregarse a la botella. Bebió durante 15 años encerrada y convocando al diablo en una pieza en las afueras de Cuernavaca, desde donde recordaba la casona de piso de arena que había comprado en sus tiempos de gloria (si alguien se caía borracho podía dormir la mona tranquilamente sobre esa suerte de playa con techo) y que Sabina bautizó como el boulevard de los sueños rotos en una canción.
Compleja como la patria que la adoptó, la artista desapareció tanto que la dieron por muerta. Mala broma que terminó en los ’90, cuando la actriz Jesusa Rodríguez la encontró bebiendo una copa en la penumbra de su bar "El Hábito", y la invitó a volver al ruedo, resucitando ese día la voz de las penas más amargas. "Salí de los infiernos y salí cantando", dijo la intérprete de "Luz de luna".
PALOMA NEGRA
Después de ese retorno, a la Vargas se le vio debutando en cine bajo el lente de Werner Herzog, quien la incluyó en la película "Grito de piedra" (allí interpretó el papel de una indígena de la Patagonia). Iniciativa que continuaron, además de Almodóvar, Alejandro González Iñarritu ("Babel") y la estadounidense Julie Taymor ("Frida"), donde Chavela aparece entonando "La llorona".
"Pelo de plata y carne morena" como dice Sabina, Chavela hoy no monta caballos sino una silla de ruedas. Desde ahí espera la muerte y hasta ha escrito su epitafio ("Aquí yace quien en la vida fue quien fue").
"Ya está empacando dice, pero por momentos también piensa que va a cumplir los cien. Yo quisiera tener Chavela para rato", reconoce su confidente María Cortina.
Para su funeral ella sólo pidió un deseo: nada de lágrimas postreras y la canción "Las ciudades" de José Alfredo sonando a todo volumen: "Y mi alma completa se me cubrió de hielo/ Y mi cuerpo entero se llenó de frío/ Y estuve a punto, de cambiar tu mundo, / De cambiar tu mundo por el mundo mío".
-Cuando vivía en Veracruz decía que hablaba con las sirenas. ¿Ahora con quién se desahoga?
-Yo sabía que las sirenas venían a visitarme porque amanecían escamas en las ventanas. Ahora hablo con la montaña. Y me dice que me prepare para irme, que ya luego va a decirme para dónde.
-¿Y cómo se imagina esa próxima parada?
-Bonita, para mí va a ser muy bella.
-Hay gente que le teme a la muerte. ¿Usted no?
-Le tienen miedo porque nadie ha vuelto de allá, pero yo voy y vuelvo. Voy a volver.
-Cuando lo haga pase por Chile, que acá se le quiere mucho.
-Cómo no. Será en sueños.
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E pra quem é de Maringa, da Má-ringa como chamo essa cidade, a Chavela canta Maringá maringá.
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